Ella tenía el poder


Ella tenía el poder de alegrarle el día con tan sólo una palabra. Ella supo enseñarle qué era eso del amor verdadero. Era capaz de dejarlo todo para hablar con él si volvía a tener uno de esos días en los que todo iba mal. Ella quería estar ahí siempre cuando él la necesitaba. Ella quería demostrarle que todavía podía confiar en una chica. Ella quería curarle. Ella quería salvarle.

Ella tenía el poder de cambiar lo que él veía. Hasta entonces, él se miraba al espejo y veía soledad. Veía dolor. Veía sufrimiento. No reconocía quién se escondía detrás de esos ojos tristes. Se sentía desorientado y hacía tiempo que había perdido toda esperanza de encontrar tierra. Desde que ella, le gustaba lo que veía. Había vuelto a respirar. Había vuelto a creer.

Ella tenía el poder de hacerle evadir de su realidad. Entre sus sábanas, él se olvidaba de todo lo que le rodeaba. No quería salir de allí. Su sitio favorito era su cama. Allí dentro, no había momentos malos, no había problemas con su trabajo, con su familia. Se podía pasar horas observándola cómo dormía tranquila, sosegada. Miraba sus párpados cerrados. Sus pestañas. Su boca entreabierta. Le acariciaba el pelo. Sentía su respiración. Parecía que era él quien la cuidaba, pero realmente era ella quien le daba refugio. Podría caerse el mundo, podría estallar una bomba atómica afuera, que él sentía que no podía pasarle nada siempre que estuviera junto a ella.

Y es que ella tenía el poder de acelerar y calmar sus pulsaciones con un simple gesto. Era capaz de hacerle temblar con sólo una mirada. Con una pícara mordida de su labio inferior. Con una traviesa sonrisa. Con un cruce sexy de piernas. Era capaz de tranquilizarle de noche, cuando él pasaba horas sin poder conciliar el sueño. Sentir en su cuello ese aliento cálido que expulsaba de su boca le hacía pensar que no existiría otro lugar ni rincón donde él quisiera estar en ese momento. Sólo quería yacer en su cama. Allí sólo existían él y ella. Nada más.

Ella tenía el poder de descubrirle lo bonito que era despertarse acompañado. Cuando él abría los ojos, no se cansaba nunca de observar su sonrisa recién amanecida, acompañada por ese pequeño haz de luz que se colaba a través de la persiana y que iba a caer justo debajo de su mejilla izquierda. 

Porque ella tenía el poder de hacerle entender que un 'Te quiero' se demostraba, no se decía. Que el amor significaba que te recogieran entre dos brazos y te apretasen fuerte mientras te decían al oído que todo iba a salir bien. Que el amor era eso que sientes por dentro cuando te dicen que eres lo mejor que le has pasado en la vida. Que amor era correr de felicidad entre la gente en una estación para ir a abrazarle. El amor eran esas lágrimas sinceras mientras le besaba.

Ella tenía el poder de convertir en un motivo por el que sonreír el tener que preparar una maleta. A pesar de la distancia entre los dos, ella le hacía ver que todo sería diferente esa vez. No dejaban de hacer planes juntos para verse el fin de semana. Ella era su tabla de salvación en un profundo océano después de cinco días donde todo era oscuridad y desesperanza.

Ella tenía el poder de que él sólo sintiera miedo por una buena razón. Sentir miedo de comprobar una vez más que las relaciones a distancia nunca funcionaban. Sentir miedo de ver que nada había servido de nuevo. Sentir miedo de despertarse una mañana de fin de semana y no verla a su lado.  

Porque ella tenía el poder de hacerle entender que precisamente eso era el amor. Saber que un día se podía acabar todo pero aún así, no había nada como lanzarse y no arrepentirse de por vida.

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