Por primera vez


Era de noche. Fuera hacía frío y nos habíamos refugiado en aquél italiano para tomar algo. No había nadie más en el local y lo pequeño del sitio hacía intuir que mi discusión con ella la podía estar escuchando la camarera desde la barra. Es entonces cuando ocurre.

-¡Es que ya no puedo más! -exclamó mientras daba un golpe encima de la mesa.

Se levantó. Empezó a ponerse el abrigo y me pareció ver alguna lágrima en sus ojos.

-Siéntate -le pedí-. Por favor, siéntate.

No esperó a terminar de abrocharse la cremallera cuando salió escopetada por la puerta. Me dirigí a toda prisa hacia la barra para pagar y antes de llegar a ella, la camarera ya estaba tecleando a toda prisa lo que habíamos pedido. Sí, estaba escuchándonos. 

-Son 4 euros -me dice poniéndome el ticket sobre la barra. Le entrego un billete de 5 euros y salgo a toda prisa sin esperar el cambio.

Nada más salir tuve que tomar mi primera decisión. ¿Derecha o izquierda? No vi hacia dónde había salido, así que me dejé llevar por mi instinto. Izquierda. Unos metros más hacia delante veo una bifurcación hacia una calle más estrecha. ¿Me meto por aquí? Debía decidir en pocos segundos. Perderla de vista podría acabar con todo. Delante no estaba, así que decidí meterme por el desvío.

Corrí hacia el final de la calle mientras alguno me miraba con cara de no saber qué estaba pasando. Iba como alma que lleva el diablo y sólo faltaba una música tensa de fondo para parecer una de esas malas comedias románticas de Hollywood. De nuevo observé dos posibles caminos, derecha o izquierda. No la veía por ningún sitio y sentí algo por dentro que me empujó a tirar hacia la derecha. Corrí y corrí hasta que vi al fondo la estación de autobuses mientras ella se dirigía hacia la parada.

La alcancé por detrás y le di la vuelta hacia mí. Tenía los ojos llorosos y el rímel ligeramente corrido.

-No te vayas así -le supliqué.
-Déjame, por favor -me respondió ella mientras dirigía su mirada hacia el suelo. Yo la agarraba por los codos y al verla llorar, dirigí mis pulgares hacia sus mejillas y le ayudé a secarse las lágrimas.
-Vamos a hablar. No quiero que acabemos así.
-No hay nada más que hablar. Todo está muy claro -insistía mientras observaba si venía su autobús.

Yo miré al fondo y no vi venir nada. No sabía a ciencia cierta el tiempo que tenía.

-No podemos terminar de esta manera. Nosotros no -le pedí.
-Mi autobús está al llegar. Quiero irme a casa.
-Todavía quedaría uno más dentro de una hora. Es el último. Vete en ése y quedémonos hablando ahora para solucionarlo -le expliqué.
-No -volvía a decir sin dejar de mirar al suelo-. Me voy a ir en este. No insistas. No quiero hablar.

Justo mientras terminaba la frase, oí el sonido del motor del autobús. Estaba llegando a la parada. Se me acababa el tiempo y las opciones.

-Te quiero. Nos queremos. ¿No crees que ése es motivo suficiente como para que te quedes y busquemos la forma? -le pregunté mientras intentaba encontrar contacto visual.
-Son demasiadas cosas -contestó clavando sus ojos en los míos-. Demasiados problemas. Siempre es lo mismo y no avanzamos. Lo hemos intentado varias veces y no resultó. ¿Para qué seguir igual? -agregó.

Intenté encajar el golpe. Giré la cabeza y observé, así a ojo, a unos 8 o 9 pasajeros esperando para entrar al autobús. No tenía mucho más de un minuto. Debía darle la respuesta más acertada que nunca había dado a nadie en mi vida.

-Siempre hay una forma. Si te quedas te daré todas las razones que acumulé durante 30 años para estar contigo. Sé que eres tú. Te busqué y te busqué hasta que al fin te encontré y siento que aún nos queda mucho por vivir. No quiero perderte. No quiero que me pierdas.

Sus pupilas quedaron fijas sobre las mías. Notaba su respiración agitada. Estaba reflexionando mi respuesta.

-Voy a coger ese autobús, lo siento -volvió a decir mientras se soltaba de mis brazos y se dirigía hacia la puerta del conductor. No funcionó.

Y entonces, lo dije. Fue sin pensar. Como si mi corazón hubiera hablado por mí. Como si hubiera tomado el control de la situación. La última bala. Todo o nada.

-Si te montas en ese autobús no volverás a verme nunca más en la vida -le dije.

No se lo esperaba. Se frenó en seco y se dio la vuelta hacia mí con los ojos abiertos y apretando los dientes.

-No puedes hacerme esto -me pidió.

El corazón me iba a mil. La puerta del autobús veía entrar a su último pasajero y la respuesta la obtendría ya mismo. Opté por quedarme callado y ver qué decidía. Aquellos segundos me parecieron eternos.
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Y sí, se dio media vuelta y se metió en el autobús. El corazón me dio un vuelco y algo se instaló debajo de mi pecho. Dicen que el amor se siente en el cerebro y hace reaccionar al estómago en forma de lo que muchos llaman mariposas, con efectos también en el corazón a golpe de latidos. Yo sentí en ese momento que mis mariposas volaban lejos y que mi corazón no había bombeado de forma más triste en toda la vida.

Y a su espalda, la puerta se cerró, como metáfora de todo.

Meses después, un mensaje de ella llegó a mi teléfono y volvimos a hablar. Había pasado el suficiente tiempo como para sanar ciertas heridas y comentamos que podría ser buena idea vernos de nuevo. A veces, no es mala opción ver las cosas con perspectiva. Fijamos la fecha y la hora y lo organizamos todo.

La misma parada de autobús que meses atrás nos vio distanciarnos, ahora nos vería otra vez pero en una situación mucho más distinta. Estaba nervioso. Probablemente más que aquella primera tarde en la que la vi. Fue entonces cuando vi llegar el autobús.

De entre todos los pasajeros, la vi bajar y sólo podía fijarme en ella, fue casi como si el resto no existiera. Llevaba un precioso vestido de flores y se agarraba a su bolso mientras dirigía su paso hacia mí. Lo más bonito de todo lo que llevaba era su sonrisa. Deslumbrante. No fue hasta ese momento cuando me di cuenta todo lo que la había echado de menos este tiempo.

Nos dimos dos besos, un pequeño abrazo y nos dirigimos para volver a perdernos por esas calles que tiempo atrás fueron testigo de nuestro primer encuentro. Y es que esa tarde volvimos a ser aquellos dos desconocidos que quedaban de nuevo por primera vez.

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