Por los amores que no se pueden borrar


Parece que fue ayer, cariño, cuando te vi por primera vez corriendo por aquél patio. Recuerdo ese vestidito verde de volantes que llevabas y tus dos coletitas rubias en el pelo. Yo me acerqué a ti y te pregunté si podía jugar contigo. Tú me miraste, sin responder. Sólo levantaste los hombros, como diciendo "no sé", y seguiste jugando. Nunca te lo dije, pero desde esa primera vez que tus ojos verdes miraron fijamente a los míos, me enamoré de ti.

No había día que no me escapara en el recreo para ir a ver cómo jugabas con tus amigas. Yo te observaba desde lejos. Te veía saltar a la comba, dibujar una rayuela en el suelo y saltar, saltar y saltar. Siempre te recuerdo saltando con una sonrisa inmensa en la cara. Me pasaba los minutos embobado mirándote. Para mí, tú eras mi recreo.

Aún recuerdo aquella mañana cuando por fin me decidí a preguntarte si querías salir conmigo. Me temblaba todo. La noche anterior apenas pude dormir por los nervios y recreaba una y otra vez la conversación que quería tener contigo. Desde que recibí aquél 'sí' por tu parte, desde aquél día, no he dejado de darle gracias a quien quiera que esté ahí arriba por permitir que pudiera tenerte en mi vida.

Mi infancia fue muy feliz gracias a ti. Me encantaba hacerte bromas y ver cómo te ruborizabas. Grabado a fuego tengo en mi memoria aquél atardecer juntos desde las rocas, viendo cómo el sol se ahogaba en el mar. Aquella fue la tarde en la que te cogí la mano por primera vez y pude sentir el tacto firme de tu piel adolescente. La agarré fuerte y tú me correspondiste haciendo lo mismo. Dibujaste una leve sonrisa mientras no dejabas de mirar cómo moría el día a la vez que nacía algo nuevo entre tú y yo.

¿Recuerdas nuestro primer beso? Yo llevaba semanas deseándolo pero no me atrevía a dar el paso. Sabía que eras muy tímida y me daba miedo cómo podías reaccionar. Así que, aquella noche en la que nos despedíamos, cuando te dejé en la esquina de tu casa, en lugar de darte un beso en la mejilla como siempre, giré la cara y planté mis labios en los tuyos. Tú te llevaste las manos a la cara y entre tus dedos pude comprobar lo roja que estabas. Saliste escopetada hacia tu casa, muerta de vergüenza. Lo que te reías siempre cuando te lo recordaba.

Todavía sigo pasando por tu barrio y visito la explanada donde solían poner el cine de verano. Me acerco a la pared, ya casi derruida, donde dibujamos un corazón con nuestras iniciales y un 9 de junio. Aunque terminaron por pintar encima y borrarlo, hace no mucho volví a dibujarlo para que siguiera presente. Me encanta pasear por allí y verlo bien grande en la pared.

Y cómo olvidar lo nervioso que estaba el día que le pedí la mano a tu padre. Tenías que verme en casa, mi madre ayudándome a ponerme la corbata porque no me salía el nudo. No dejaba de sudar y mis hermanos pequeños se reían de mí porque estaba blanco del miedo que tenía. Tu padre no pudo dudar después de explicarle que pensaba darte la mejor vida que pudiera, que no iba a dejar de hacerte feliz ni un solo día de mi existencia y que te quería como a nunca nadie había querido.

Ah, el día de nuestra boda. Todavía, a pesar de mis años, no he podido encontrar las palabras que describan lo que sentí al verte entrar en la Iglesia del brazo de tu padre. Estabas tan guapa. Mantengo nítida la imagen de tu carita subiendo las escaleras del altar, viniendo hacia mí, con esa sonrisa tan preciosa que tienes. Yo estaba como un flan. ¿Te acuerdas lo mucho que me sudaba la mano cuando me la diste?

No hay día que no te dé gracias por los tres maravillosos hijos que me has dado. Lo felices que hemos sido los dos criándolos juntos y lo bien que nos lo hemos pasado con ellos jugando en el parque cuando eran pequeños. Sí, lo sé. También sé lo triste que te pusiste cuando veías cómo se iban yendo de casa uno a uno. El inexorable paso del tiempo, mi amor. Significaba que nos hacíamos mayores.

Y ahora que ya peino las pocas canas que me quedan, no me canso de decirte lo mucho que te quiero. Y aquí estoy contigo, como cada día, para volver a recordar la preciosa vida que me has dado y sumergirnos de nuevo en nuestros maravillosos recuerdos para decirle a esa puta enfermedad que no pienso dejar que se los lleve. Porque cariño, nuestro amor es tan especial que no habrá Alzheimer que lo pueda borrar.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Clímax

La última vez

Por primera vez