El día en que me enamoré de su risa



2 de mayo de 2017. 23:56h de la noche.

La llamo por primera vez. El corazón me iba rápido. Bastante. Segundos antes había cerrado la puerta del salón con mucho cuidado para que nadie pudiera escuchar nada y me tiré en el sofá con la misma sonrisa de un niño de 5 años que está a punto de ver los regalos de Reyes un 6 de enero a las 8 de la mañana. Un tono. Mis latidos van mucho más rápido. Dos. Se me seca la boca. Lo coge. 

Pasaron los segundos y la sonrisa se instaló de forma perpetua en mi cara. El corazón seguía bombeando a una velocidad increíble, saltando una y otra vez, como ese perrito que no para quieto de felicidad cuando ve llegar a su dueño a casa. Tenía miedo de que la conversación no fluyera. Que hubiera silencios incómodos. Que tras varios minutos hablando con ella, no fuese tal y como esperaba. Y créanme que tras un par de minutos, ella se encargó de borrar todos y cada uno de los miedos que tenía ya que fue mejor de lo que llegué a imaginar.

Fue entonces cuando ocurrió. No se lo dije, pero ocurrió. Quizá yo tampoco era consciente de aquello en ese momento, pero estaba ante una situación en la que nunca antes me había encontrado. Me enamoré del sonido de su risa. Ella reía al otro lado del teléfono. Y lo hacía una y otra vez. Y cuanto más lo hacía, más se clavaba en mi interior. Esa risa tan natural, tan inocente, tan pura, tan de corazón, tan de ella. Puede parecer imposible, pero créanme que desde que la escuché reír, no hay sonido en este mundo que se pueda ni siquiera acercar a hacerle sombra. 

Desde entonces, desde ese día, descubrí que puedo tener el peor día del mundo, que no esté de humor o que un par de minutos antes me hubiera peleado con alguien, que tras escuchar su risa se me pasaba todo. Es como la cura a todos los males. Como ese medicamento que tomas cuando te duele algo. No falla. 

Y después de más de tres horas de llamada aquella noche, tras colgar, me quedé en el sofá mirando hacia el techo, con esa sonrisa de gilipollas y con su risa grabada en mi mente, reproduciéndose una y otra vez, sin parar. Tenía nuevo sonido favorito y en ese momento me di cuenta que no quería pasar ninguna noche de mi vida sin volver a escuchar su risa antes de irme a dormir.

Y ella siempre me pregunta que por qué le cuento tantos chistes malos, que por qué siempre le hago bromas, que por qué hago tantas veces el tonto. Quizá ahora entienda que lo hago para escuchar su risa. Esa risa de la que me enamoré aquella noche del 2 de mayo de 2017.

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