Qué duro es el viaje de vuelta



"Qué duro es el viaje de vuelta", se dijo para sí mismo. Estaba recorriendo las calles que una noche le vieron hacer el mismo viaje, pero de ida. Por aquél entonces, vino con las maletas cargadas de sueños e ilusiones, dispuesto a adentrarse en un viaje que no sabía que podía dejarle tanta huella en su interior. Tantas veces pisó junto a ella en las últimas semanas esas mismas baldosas que no dejaba de mirar en su camino a la estación. El frío golpeaba las lágrimas que aún seguían posadas en sus pestañas. Unas lágrimas que no querían irse. Como él. Hacía sólo una hora que la había besado por última vez y ya la echaba de menos.

Afrontaba la última calle que debía recorrer y divisó al fondo la estación. Es entonces cuando se para. Tal y como si fuese una película, la imagen suya y de ella haciendo el camino de ida aquella noche apareció. Ella sonreía. Le ayudaba a cargar una de sus maletas y le decía todo lo que le había echado de menos, agradeciendo que estuviera ya allí con ella. Recordando aquella escena, su garganta encontró el nudo y no supo desatarlo. Fue entonces cuando lo entendió todo. Él siempre había dicho que su objetivo era ser feliz como si eso fuese un fin. Una meta que alcanzar. Pero estaba equivocado.

Retrocede un poco en el tiempo. Es de noche y hace frío. Los dos vuelven a casa en un vagón de metro casi vacío en Londres. Están cansados y sus mochilas descansan en el suelo. Él levanta la mirada y observa la imagen que refleja el cristal del vagón. Ella descansa sobre su hombro y sus manos están entrelazadas. Cada cierto tiempo, ella aprieta su mano y la estruja. Él, le devuelve el gesto. Es una forma de decirlo, sin decir. "Aquí estás". "Aquí estoy". Él recuerda sus manos entrelazadas y comprende que la felicidad no es el destino, sino el trayecto. Y dentro de ese viaje, cualquier detalle cuenta para ser feliz. Si somos lo que recordamos, que al menos esos recuerdos que nos queden en la memoria sean bonitos y ella le llenaba de ellos.

Alguien choca con él y le devuelve a la realidad. Emprende de nuevo la marcha y se adentra en la estación. Saca el billete y se sienta a esperar a que llegue su tren. Así es la vida. Un viaje continuo de ida y vuelta donde lo que verdaderamente importa es lo que sucede entre un trayecto y otro. Por eso cuestan tanto los viajes de vuelta, porque en ese momento descubres que la vida no es una atracción en la que puedes volver a montarte y revivir la experiencia vivida una y otra vez.

"Qué duro es el viaje de vuelta", volvió a repetir. Llegó su tren. Cargó sus maletas y no dejó de repasar lo vivido en el viaje con una sonrisa en la cara. Y es que si para cada cosa hay una vez que es la última, él tiene pensadas miles primeras veces con ella para que entre tanta ida y vuelta, no dejen de ser felices para siempre.

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