Déjenme que les hable de Lola
Hace tiempo que olvidé el sabor de los labios de Lola. Ese
jugo dulce de su saliva que alteraba mi sangre y me hacía volar. Ahí, tan alto,
donde la vida era tan bonita que hasta parecía de verdad.
Déjenme que les hable de ella. Lola lo tenía todo pero a su
vez, no tenía nada. No le faltaba de nada pero al mismo tiempo, necesitaba de
todo. Por fuera, tenía la vida que cualquiera podría desear pero por dentro,
todo era gris. Noche tras noche, Lola se refugiaba en el edredón de su cama y
perdía la cuenta de las horas que pasaba secándose las lágrimas preguntándose
por qué no era feliz si precisamente lo tenía todo.
Cuando niña, Lola siempre soñó con tener ese amor que veía en
las películas. Lo idealizó, lo dibujó en su mente y le dolió especialmente
cuando descubrió demasiado joven que hay mucho hijo de puta disfrazado de
príncipe azul. Aquel que jugó con su corazón virgen le dejó cicatrices muy
profundas, de esas que no se pueden ocultar con la manga de una camiseta. Y
terminó rota. En muchos sentidos. Algo que le dejaría marcas de por vida, por
mucho que quiera negar.
Se rebeló. Contra el mundo y contra todos. Vagó entre muchos
brazos hasta acabar en unos que pensó eran los adecuados aunque cada noche al
abrazar a su edredón sabía que no. Pero ahí seguía. Porque a veces es mejor
acompañada que sola. Mejor que unos brazos cualesquiera la guiasen por un
camino que Lola recorría con los ojos vendados, con miedo a lo que pudiera
encontrar. Es en ese tiempo donde Lola decide cortar las cuerdas que la ataban
y tiró la venda que cubría sus ojos. Quiso enfrentarse al mundo, con una valentía
que quizás no tenía y tras deambular sin sentido, perdida durante un tiempo,
llegó él. Llegué yo.
Una puta casualidad. Resulta sorprendente a veces ver cómo
dos personas coinciden en un mismo punto del camino tras haber partido de dos
sitios totalmente diferentes. Yo venía de mil batallas y me gustó de ella que
parecía que también estaba cansada de pelear. Nos lamimos las heridas juntos.
Nos mostramos las cicatrices y aquella noche prometimos no volverlas a abrir
nunca más. Pero a ella se le olvidó aquella promesa. Porque tristemente, eso es
lo que tienen las personas rotas, que cuando se recomponen, se olvidan de que
una vez estuvieron hecha pedazos y que hubo alguien que les ayudó a volver a
estar completas. Muchas noches me sigo preguntando si realmente me amó o es que
simplemente llegó a idealizarme como ese amor que dibujó en su mente cuando
pequeña.
Lola quiso volar. Lo entendí. Descubrió que ya no existía
niebla en su camino y quiso disfrutar de ese trayecto del que siempre tuvo
miedo descubrir más. No tardaría en encontrar la penumbra. Rocas afiladas que
reabrían sus cicatrices. Encontró brazos fuertes que en lugar de querer
sostenerla querían tenerla para luego ser ella quien tuviera que pedir socorro.
A Lola se le hizo de noche, sola, y encontró quien le hablaba del espacio,
despacio, para tener prisa por acabar entre sus piernas. Descubrió que como las
estrellas, no todo lo que brilla es un tesoro y que hay veces que lo que uno
piensa que durará mucho tiempo acaba siendo fugaz, aunque la tinta diga lo
contrario.
Y Lola se miraba al espejo. Era ella. Era su nariz, sus
ojos, su pelo. Era ella, solo que no lo era. Echó de menos a aquella que un día
se fue para perderse. Le resultaba imposible recordarse tal cual era. Cuando
reía en vez de llorar. Cuando ganaba en lugar de perder. Anduvo y anduvo hasta haber
encontrado unos labios que le han vuelto a prometer todo por muy lejos que estén
pero ojalá sepa recordar que la línea entre amar y dañar es muy fina y que no
siempre parece divertido surfear entre olas ya que a veces se puede acabar
perdido en alta mar.
Yo, ya perdí la cuenta de los escritos que empecé y acabé
borrando sobre Lola y no fueron pocas las noches que apareció en mis sueños,
pidiéndome ayuda. Pero no quise o no me atreví a volver a hablarle porque a
veces, uno tiene que dejar que la otra persona nade sola para que sepa
encontrar tierra por ella misma, sin ayuda de nadie. Solo así es como uno
aprende a salir.
Estoy seguro de que Lola ya no es la niña que conocí aquella
tarde y desde la distancia y el olvido que quedará entre los dos, solo espero
que sepa aprender a quererse y cuidarse de quien quiera meterse en sus sueños y
no entre sus sábanas pero sobre todo, que aprenda a perder(se) y que nunca
olvide que lo bueno del dolor es que enseña, y que lo malo del amor es que hace
todo lo contrario.
Me encanta leer algo tan bonito antes de dormir, a ver si en mis sueños le puedo dar a esa lola un final feliz
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