La chica del metro


El calendario apuraba los últimos días de noviembre en aquella fría mañana en Madrid. Javi agarraba las llaves de su casa mientras apuraba el último sorbo a su taza de café para dirigirse hacia el metro. Casi como cada mañana, llegaba tarde al trabajo y tuvo que hacerse hueco entre la gente dentro de la estación, a la vez que trotaba para no perder la oportunidad de evitar otra bronca de su jefe por no llegar a su hora. Mientras bajaba los últimos escalones, escuchó cómo pitaba la alarma de cierre de compuertas. Javi dudó si tendría tiempo de llegar, pero aceleró el ritmo y en un par de zancadas se coló entre las puertas del primer vagón justo cuando se estaban cerrando.

Todos los pasajeros le miraron. Alguno incluso sonrió al verle entrar tan apurado. Javi se recostó sobre una de las barras, junto a la puerta. Todos volvieron a lo que estaban haciendo antes, y de entre todas esas personas, una le llamó especialmente la atención. Era una chica morena, con el pelo recogido en un moño. Llevaba una chaqueta de cuero negra y unos leggins que llegaban hasta sus deportivas, ambos también en negro. Ella estaba sentada, con las piernas cruzadas y muy centrada en su libro. Ni si quiera levantó la mirada cuando Javi casi se deja fuera su mochila mientras las puertas se estaban cerrando. Pasaba las hojas completamente ajena a lo que le rodeaba. Él no dejó de mirarla. Se había quedado prendado de ella por completo.

Hacía unos meses que Javi lo había dejado con su novia. Aún no había terminado de pasar el luto riguroso de los seis meses, ese tiempo que dicen que debe pasar hasta que finalmente ya no te duela saber de esa persona que un día amaste tanto. En cierta forma, él había sentido que la mirada de esa chica ocultaba una pena parecida a la que él había sentido no mucho tiempo atrás. Le encantaría poder romper el hielo de alguna forma, pero parecía que ese libro, titulado 'Viajes a Kerguelen' le robaba toda su atención. Es entonces cuando se le ocurre una cosa.

Javi abre su mochila, saca su cuaderno y un bolígrafo y empieza a dibujarla sin que le falte ningún lujo de detalle. Aunque no es un experto dibujante, se podría decir que plasmó con bastante realidad la postura casi impasible de la chica. No le faltó nada por destacar. Justo cuando estaba terminando, la chica cierra el libro mientras se levanta y se baja del vagón. Javi se percata de que a la chica se le cae algo del interior del libro. Parecía un señalador pequeño. Lo recoge y se da cuenta que es un pequeño hombrecillo de traje azul.

Lo guarda en su bolsillo, y encima de la hoja comienza a escribir lo siguiente: 

"Chica de leggins negros y deportivas Nike. De chaqueta de cuero negra y gafas de sol colgadas de la cremallera. De pelo negro y mirada un tanto triste. Estabas sentada en el primer vagón de la línea roja del metro sobre las 8:30 de la mañana. Leías 'Viajes a Kerguelen', que debe ser muy interesante porque no levantaste la mirada del libro ni una sola vez. Quiero decirte que aunque todavía no lo sabes, eres la chica de mis sueños. Quisiera conocerte, para que me expliques quien te hizo tanto daño como para que yo no sepa cómo es tu sonrisa, lo que me parece fatal. Ah, y tengo tu señalador. Muy gracioso ese pequeño hombrecito de traje azul".

Javi llegó a su trabajo y tomó una foto con su móvil al dibujo que acababa de hacer. Tardó un minuto en subirla a Facebook con el mensaje: "Ayúdame a encontrar a la chica del metro". En cuestión de horas, aquella publicación se hizo viral. Más de 30.000 personas la habían compartido, añadiendo su granito de arena a la causa para que Javi pudiera encontrarla.

Una amiga de la chica estaba navegando en Internet con su móvil aquella misma noche cuando pareció reconocerla. "Clara, ¿eres tú?", le envió por Whatsapp, acompañando una captura de pantalla de la publicación de Javi. Clara se llevó las manos a la boca, completamente sorprendida. Aquella mañana, decidió vestir todo de negro ya que quería expresar al mundo de alguna forma cómo se sentía. Y es que Pedro, su ex novio, no tenía suficiente con haberla dejado por otra chica, sino que se empañaba en seguir presente en su vida con algún que otro mensaje esporádico que le hacía retroceder al punto de partida, después de un tiempo intentando olvidarle.

Aquella mañana, Clara tardó más de la cuenta en elegir qué ropa ponerse. No encontraba los leggins negros, hasta que después de un par de minutos, los descubrió debajo de una montaña de pantalones en su armario. Una vez en la calle, tuvo que volver a casa ya que se le había olvidado el libro. Llegó al metro y vio tanta gente cerca de las escaleras, que decidió irse al final de la calle para montarse en el primer vagón del convoy, donde había menos gente y podría leer más tranquila. 

Clara se puso en contacto con Javi a través de Facebook. Él le propuso quedar para devolverle su señalador. Un señalador que, curiosamente, se lo regaló su madre asegurando que le daría suerte para encontrar a su príncipe azul aunque ella lo aceptó a regañadientes, pensando que ese tipo de cosas nunca funcionaban. Ambos se citaron en un bar. Un par de cafés después, su historia comenzó. Una historia con un peculiar inicio, que hacía aún más especial su relación. Clara y Javi estaban destinados a salvarse. Tan sólo necesitaban encontrarse en el momento y el lugar adecuados. Y es que justo como dice Iago de la Campa en su libro, Clara tenía "la puta costumbre de pensar en quien no debería", pero por suerte para ella, "acabó viendo a quien debería haber visto".

Y es que así es la vida. Una encadenación de otras posibles vidas, todas diferentes, que pueden cambiar nuestro destino para siempre. Con que tan sólo una de las cosas que Javi y Clara hicieron esa mañana hubiera ocurrido de otra forma, si Javi se hubiera levantado a tiempo, si Clara hubiera encontrado a la primera sus leggins, si él no hubiera decidido trotar en medio de la estación, si ella no hubiera olvidado su libro en casa, si Javi hubiera decidido no correr para entrar por esa puerta o si ella se hubiera sentado en un vagón diferente, ninguno de los dos habría coincidido allí. Porque siempre y no a veces, todo pasa por algo.

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